Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



martes, 25 de octubre de 2011

EL ÚLTIMO VIAJE


Pineta Fotografía de Alfonso Ferrer

El coche abandonó la oscuridad del túnel mientras yo apagaba las luces de cruce. Ante mí tenía el espectáculo de esas montañas que tanto quería: los Pirineos de Huesca.
Instintivamente giré la vista hacia el asiento del copiloto y recordé su expresión de alegría al contemplar aquel maravilloso paisaje.
Pero ahora ella ya no estaba. No me podría acompañar nunca más. Me había dejado. Se había marchado a un lugar tan lejano desde donde no es posible regresar.

Éste iba a ser nuestro último viaje a esas montañas. Era demasiado doloroso recordar y pasear por los lugares donde habíamos sido tan felices y donde un día la fortuna quiso que nuestras vidas se cruzasen.
Pero se lo había prometido. Ella me dijo que quería quedarse entre estas montañas para siempre y me había hecho partícipe de ése su último deseo. No le podía fallar, por muy duro que me resultase.

Ante mí, otra vez aquella sinuosa carretera que tantas veces habíamos recorrido juntos rumbo hacia “nuestra” casa de turismo rural. Nuestro hogar durante tantos y tantos fines de semana.
Allí estaba: el cruce. Marqué con el intermitente derecho mi desvío y enfilé aquella recta flanqueada por robles y hayas. ¡Cómo habría disfrutado con aquel espectáculo otoñal! Bajé la ventanilla y el olor a humedad y a hojas secas volvió a traerme mil recuerdos. Pero ella, ya no estaba.

Tras la curva, apareció el pueblo. Y en lugar destacado aquella casa. Más recuerdos…

Allí estaba Elisa esperando mi llegada. Aparqué, bajé del coche y me acerqué a ella. No hicieron falta palabras. Me abrazo y me susurro un “no sabes cuánto lo siento”.
¡Cómo no iba a sentirlo! Habían sido muchas tardes de charla, risas, anécdotas y confidencias junto al hogar los tres juntos. Nunca más. Nunca más podríamos volver a reunirnos. Porque ella ya no estaba, se había marchado.

Volví a entrar en aquella casa. Más recuerdos… Su imagen en todos y en cada uno de los rincones: junto a la ventana, sentada en el sofá o contemplando en silencio el crepitar de la leña. Parecía como si estuviera allí.

Subí a “nuestra” habitación. Me cambié de ropa me calcé las botas y cogí entre mis manos aquello que era lo único que me quedaba de ella. Tenía que hacerlo, ella me lo había pedido.

Salí al exterior y eché a andar adentrándome en el bosque ascendiendo sin descanso hasta aquel mirador, “nuestro mirador”. Allí fui consciente de que aquel iba a ser nuestro último instante juntos:

Adiós, hasta siempre. Éste ha sido nuestro último viaje.

VIENTO DEL NORTE

lunes, 24 de octubre de 2011

AMANECER EN TELLA



Siete pájaros se han posado en el dolmen.  Cuervos de sombra alargada, negra y misteriosa, como la del dolmen que dibuja símbolos mágicos sobre la tierra solitaria.

Jóvenes cogidas de las manos se acercan cantando, blanca luna es su piel, cielo dormido sus ojos y mies sus largos cabellos al viento; collares de flores rojas acarician sus pechos desnudos cuando la danza hechicera comienza alrededor del dolmen milenario.

Tras un corto caminar del astro Sol, los negros cuervos permanecen quietos mirando a las siete mujeres. En ese instante, ni el dolmen, ni los cuervos, ni las jóvenes tienen sombras. El sol se ha ocultado, permanece límpida una luz rojiza, han cesado los trinos de las aves, y las hojas de los árboles han dejado de temblar.

Unidas en corro con los brazos levantados, permanecen quietas como los cuervos quietos. Todo el valle es un viento quieto, carmesí, que cubre el último aliento de la tierra.

Los colores verdes del pinar se acercan en círculos seguidos por los ocres otoñales arrancados a los troncos y ramas que escapan de los azules del atardecer. Se han colocado envolviendo a mujeres, cuervos y al dolmen que brilla con fulgor de oro.

Las montañas, los ríos, el valle y el infinito parece que llevan, olvido, tristeza y desolación. Torbellinos de color y silencio, son últimos suspiros en la orilla sin origen de la eternidad.

La noche está llegando de puntillas, la luna grande, con su luz, da tintes de tragedia bordada con sus rayos blancos que cada vez se hacen más espesos. Han penetrado la esfera que envolvía a los siete cuervos, a las siete jóvenes y todo estalla. Los colores retornan a su sitio; los cuervos inician el vuelo; las muchachas, camino del río. Al llegar a sus aguas se sumergen. Convertidas en espuma acarician piedras y orillas, camino de un próximo atardecer.
 LA MUECA JADE

miércoles, 19 de octubre de 2011

BRAULIO

De vuelta a casa - Fotografía de Alfonso Ferrer

Ahora está jubilado, pero Braulio trabajó durante su juventud en el campo, con su padre, en jornadas que empezaban con el alba. Hasta que se dijo que aquello no era para él y se preparó para cartero. A partir de entonces fue Braulio El Cartero.

Sentado junto a la puerta de su casa, en el pueblo, recuerda los años que ha pasado recorriendo esa comarca rural de Huesca. En bici, en moto, más recientemente en coche, y antaño incluso a pie, Braulio llevaba cartas y paquetes a los vecinos, que esperaban ansiosos nuevas de sus familiares emigrados a la capital o hasta a Alemania. Es que en aquella época no había apenas teléfonos, ni televisión, ni por supuesto Internet ni correos electrónicos. Muchos de sus paisanos no sabían leer, así que Braulio era portador, lector y hasta redactor de noticias. Y gestor de trámites. Y psicólogo de urgencia cuando los partes eran reveses. Nunca pedía nada a cambio, pero de vez en cuando volvía a casa con unos huevos recién puestos, unas patatas del huerto, o unos pañuelos bordados con sus iniciales.

Braulio entorna los ojos, un poco por el sol que le deslumbra y un poco por añoranza. ¿Anécdotas? Uf, decenas… Como aquella vez que tuvo que salir corriendo, literalmente, mientras le perseguía el perro de Cosme por las tres calles del pueblo y acabó subido a una ventana. “Es que me tenía enfilao” se defiende Braulio. O como aquella otra vez que anduvo buscando pueblo por pueblo a José Allué, destinatario de una carta certificada remitida por el Ministerio de Gobernación. Y el tal José resultó ser el Tío del Pozal, fallecido hacía poco, del que nadie recordaba su verdadero nombre, pero sí el chascarrillo que le dio el apodo y que no es momento de contar aquí.

Aunque Braulio no es hombre de ensalzar el pasado. Para él, todo tiempo tiene su hechizo y su amargor. De aquellos años ha conservado su rutina de cronista rural. Voy a revisar mi buzón, que espero noticias desde el pueblo. Aquí está, sí, ya lo veo entre los remitentes: braulio@gmail.com.

Braulio Blasco

martes, 18 de octubre de 2011

EL ABRAZO IMPOSIBLE

El abrazo imposible. Fotografía de Victoria Trigo Bello

Te advertí que no trajeras el río de la vanidad, te imploré que no jugaras con nuestro amor. Te pedí que apaciguaras tu brillo y controlaras tus rayos, que no por mucho deslumbrar es más duradera la luz.


            Éramos felices en nuestra sencillez rural de hogaza y sopa caliente, teníamos el edén en esa arcadia de Huesca que huele a albahaca y a lumbre de carrasca, pero aquello te sabía a poco y ampliaste el corazón –ese corazón único y nuestro- donde nos abrazábamos y gestábamos sueños, para que en él cupieran otros horizontes, otros afanes, otros amantes.


            Ahora, desterrados del paraíso de la complicidad, somos dos orillas que se miran y a duras penas se reconocen, dos memorias que quizás en algún momento añoran el tiempo irrepetible en que estuvieron unidas, hasta que un sol envenenado hincó la guadaña que las separó.




Autora: Victoria Trigo Bello

viernes, 14 de octubre de 2011

LAS PERLAS DEL BOSQUE


Bosque del Betato. Fotografía de Joaquín Vilas Labrador



En el bosque hay nubes que se disfrazan de lluvia para columpiarse en las hojas tiernas. En el bosque hay duendes que dan volteretas en la hojarasca y viven en setas tan grandes que sólo caben en la imaginación. En el bosque hay aves que se sueñan cometas para jugar con niños de viento y azúcar. En el bosque hay peldaños invisibles por los que transitan las ardillas, aves que pían idiomas de nido y pluma, insectos que urden sus mimbres por laberintos de musgo y corteza.


Hoy he vuelto al bosque a reunirme con la chiquilla que recogía las perlas que dejan caer las hadas cuando van corriendo a alguna fiesta con la niebla, o cuando bailan alrededor de los árboles ancianos. Allí estaban, impacientes de anidar en mis manos, aguardándome para regalarme sus besos dulces y rojos.


He llevado a casa algunas de ellas para guardar en conserva, como hacía mi abuela de Huesca. Otras las he disfrutado de inmediato y mi paladar se ha zambullido en un néctar rural de moras y fresas silvestres que bien podría ser una receta inventada por las ninfas.

Victoria Trigo Bello

LA MIRADA DE BRONCE




La mirada de bronce. Fotografía de Joaquín Vilas Labrador



Veo la figura que se eleva sobre todos los caminos, con todos los pasos dados y por dar metidos en esos pies que soportan soles y sombras del cielo y de la tierra. Veo esa mujer donde van todas las mujeres del mundo rural, mujeres capaces de hacer de la casa un mundo y del mundo una casa, mujeres de cáñamo, médula y junco, mujeres con el Cinca en la cadera y en la cabeza, mujeres cotidianas, sin fiestas de guardar, con todas las fuentes y todos los ríos de Huesca acunados en el ir y venir de sus cántaros.


Veo la mirada de bronce, esa mirada segura y rotunda, esa mirada directa que apunta al infinito pero que, a la vez, es mirada fragatina de lágrima y caricia, mirada siempre cálida en mi alma.


Victoria Trigo Bello

martes, 11 de octubre de 2011

¿DÓNDE SI NO?

El bosque animado. Fotografía de Abi Sal
Volví al trabajo intentando hacerme a la idea de que los días de playa habían terminado y con ellos el verano.

Esos atardeceres en los que el sol se funde con el horizonte tendrían que esperar un año.

Con suaves movimientos rutinarios comencé mi jornada: encender el ordenador, comprobar mensajes de teléfono, ver recados en el escritorio, un café…

Entonces apareció: estaba ahí.

Fuerte, directo, quizás con una sonrisa amable, pero invitando a todo.
Intenté concentrarme en mi trabajo, pero no podía apartar los ojos de él.
Su magnetismo era tal que consiguió que le prestase mi atención, toda mi atención.

Y entonces comenzó: turismo de interior, la magia de Huesca, casas rurales, Ordesa…
Ese correo electrónico de Turismo Verde despertó una amplia sonrisa en mí, y casi sin quererlo comencé a planificar mis vacaciones de invierno en Huesca, ¿dónde si no?




Eva Mª Escudero Yagüe

lunes, 3 de octubre de 2011

Toda una vida

Sahún . Fotografía de Juan Murillo
 
A Teresa y Alegría.


Leonor y Agustina subían jadeantes por el Barranco Fondo tirando de la mula cargada de leña. Desde que faltaba padre, y madre andaba en cama más tiempo que levantada, ellas se ocupaban de todo. El huerto, los animales, la casa…eran mujeres de  montaña, duras como exigía el medio. Sabían también que esta situación no iba a ser eterna, cambiaría cuando la matriarca se fuera…Leonor casaría con Julián, nacido en Barbastro con quien andaba de novios y se asentarían allí. Agustina tenía decidido marchar a Barcelona donde sus primas le contaban que había trabajo de sobra. Casi sin darse cuenta y por las vueltas que bruscamente da la vida, al acabar el verano se abrazaron en el andén de la estación de Monzón, con lágrimas en los ojos y prometiendo escribirse. Cuando el tren anunció la salida, Leonor le confesó al oído a su hermana que estaba encinta, el primero de cinco... Veinte años después, cuando el más pequeño fue a estudiar a Huesca, las hermanas se reunieron unos días en la casa familiar, había que recoger las nueces, limpiar los huertos y renovar el tejado. En un respiro de la faena, Agustina repasó el periódico a la luz de la primera lumbre del año. La noticia le dejó pensativa: “Ayudas para rehabilitar las casas rurales a cambio de dedicarlas a alojamientos para el turismo”, decía el anuncio. Y así empezó todo… “yo puedo cocinar, siempre he tenido buena mano, tú te encargas de la gente que tienes más paciencia y a limpiar no nos gana nadie”. Para Todos Santos colocaron el primer andamio y en primavera la casa estaba terminada. “Casa Vidal” abría sus puertas de nuevo para no cerrarlas más.

Las hermanas subieron la empinada escalera que les llevaba a la recién inaugurada terraza, cogidas del brazo, emocionadas y recordando a sus abuelos, a padre, a madre, a los hijos…toda una vida, contemplaron el último rayo de sol que teñía de rojo la Peña Montañesa….





                                           Dora Blasco, septiembre 2011.

Ruptura


Finalmente iba a bajarme de aquel tren que había conducido mi vida con tan insoportable moderación.  Aquella pradera del Pirineo de Huesca me había hablado como un libro abierto; la Naturaleza entera había clamado con el potente lenguaje de los sentidos, dispuesta a arrancarme de mi languideciente pseudoexistencia. Y esta vez yo sí había escuchado.

Movida por una fuerza desconocida, entré en el comedor de la casa rural donde iba a dar comienzo, el último acto de esta absurda farsa en que se había convertido mi vida.
El seguía esperándome sentado a la mesa, ajeno a la tempestad que estaba a punto de desencadenarse. Se había entretenido colocando una fila de bolitas de pan en perfecta y exasperante alineación. Una bolita tras otra. Si no ponía remedio, también los capítulos de mi vida irían pasando uno tras otro en previsible sucesión. Era inevitable.
Me senté frente a él. Levantó la vista de su concentrada actividad y me dirigió una mirada más interrogativa de lo habitual.
-          ¿Qué pasa? ¿Dónde estabas?
-          Me he mareado y he salido a tomar un poco el aire.
-          ¿Pero te encuentras mal?
-          No, bueno, quiero decir, sí.
Enmudecí de pronto. Estaba a punto de dar ese paso que me lanzaría al vacío. Con el corazón en la boca, comencé a hablar, tras años de silencio.
-          Verás, tengo algo que decirte.
-          Sigue.
El esperaba una explicación y yo debía dársela. En realidad yo hubiera debido hablar muchas veces en que opté por callar. Pero ahora ya era demasiado tarde.
-          Me he dado cuenta de que en realidad ya no me interesas.
-          ¿Qué quieres decir?
-          Pues eso, que lo he estado pensando y ya no me interesas en ningún aspecto.
-          ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado el sol esta mañana en la excursión, o es que te has vuelto loca?
-          En serio, ya no siento nada por ti. Esto tiene que acabar.
-          Estás como una cabra.
-          Lo siento, no tengo nada más que decir.
-          ¡Vete a la mierda!

Se levantó furibundo, tirando la silla tras de sí y se alejó ruidosamente. Con mano temblorosa, apuré la copa de vino que quedaba en la mesa mientras cerraba los ojos anegados en lágrimas.
Me había dejado caer dulcemente, mecida por la brisa fresca de la montaña. Los pájaros revoloteaban a mi alrededor, acompañando mi caída con cálidos gorjeos. Y abajo, cada vez más cerca, un riachuelo de aguas cristalinas se abría paso en el angosto valle.
Sonreí, esperando ansiosa el momento de ser transportada por esa nueva y prometedora corriente.
Susana Torres