Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



viernes, 23 de septiembre de 2011

La Lágrima


Era el más anciano del lugar, de los pocos que allí quedaban, en un rincón del recóndito Pirineo de Huesca. Sentado al sol de la mañana en un banco de piedra mirando el horizonte, a la vieja carretera por la que rara vez alguien pasaba. Su rostro se curtía bajo el mismo sol día tras día, un rostro al que hacía años que no visitaba una sonrisa, en aquel desolado rincón donde poco a poco iba muriendo uno tras otro y nadie venía.
Un día el anciano vio un coche a lo lejos, creyó que era una fantasía, al llegar frente a él, paró. Dentro del coche dos niños cantaban, reían y jugaban. Mientras el padre le preguntaba por una carretera equivocada que llevaba a una aislada casa rural, pudo ver como uno de los niños lo miraba y con un destello de luz en sus ojos una enorme sonrisa le brindaba.
El coche se fue y de los tristes ojos del anciano, secos hacía ya mucho tiempo, una lágrima cayó, como lluvia en sequía, recordándole que todavía existía la vida y la alegría.
Aquella noche mientras dormía soñó con aquella lágrima, hermana de otras tantas hace tanto tiempo olvidadas, traspasó el suelo y se convirtió en una cascada de agua cristalina que bajaba y bajaba hasta llegar a un lago de agua clara que dejaba ver cientos de peces de los colores del arco iris, estaba rodeado por una vegetación de una enorme variedad de plantas. Se tumbó a la sombra de un árbol y aunque no vio a nadie podía oír las risas de unos niños que jugaban, a un niño que llamaba a su hijo, a un niño que caía y comenzaba a llorar.
De repente ya no se sintió solo ni viejo, cerró los ojos y mientras escucho el sonido del agua y la voz de aquella lágrima susurrándole al oído decidió no regresar.

Cristina Belacortu Palacios

martes, 20 de septiembre de 2011

DESDE EL PIRINEO

Aragón es como un vagabundo en el dédalo de su destino, como Venecia en primavera, como vida desenfadada, como una historia que contiene lo más maravilloso del mundo, mil sensaciones extrañas se entrecruzan...

Foto de José Álvarez Aznar "ATHO"
Las Tres Sorores, majestuosas montañas de este Pirineo ¾ las veo desde mi ventana¾ , están ahí, de blanco cubiertas, ancladas en el azul, de un atardecer que asegura su belleza. Hablan en un código que solo entiende el silencio.



Mas... ¿Qué importa la montaña si el amor viene del valle?

Impulsado por los dioses del Olimpo, se acerca un viento lleno de sueños, música y besos que acarician el alma. El corazón saltarín y alegre, abierto al infinito, encuentra en los sueños, una juventud eternamente atrapada en lo inesperado Solo cuando se encuentran, nada es igual, todo permanece atrapado en una sensación enigmática. El amor del valle y la montaña, provoca aventura, porque, una aventura es, salir de uno para ir al encuentro del otro.

El viento del valle se ha posado en los sueños de la montaña y forma parte de la belleza de los ríos y fuentes que, alegres, van en busca del padrecito Ebro.



José Álvarez Aznar "ATHO"

jueves, 15 de septiembre de 2011

Las Lavanderas



Río Bellos. Fotografía de Ramón Plaza
Yo sé por qué sobreviví a aquel accidente. Ni los médicos, ni los sanitarios que me atendieron en el primer momento, ni los agentes de la guardia civil se lo podían explicar. Hablaban a mi alrededor, yo los oía. Me daban por muerto. Dos vueltas de campana, inconsciente y aprisionado entre el amasijo de chatarra que ya era mi coche, parecía imposible que aún hubiera vida en mi cuerpo. Me trasladaron al hospital de Huesca, y de allí a Zaragoza. Fueron 47 días de oscuridad, pero al final desperté. Tres meses más tarde, ya casi recuperado, volví a casa, a mi pueblo del Somontano.

“Es un milagro” repetían familia, amigos, vecinos. Aunque yo sabía que no era exactamente un milagro. Cuando hace 16 años decidí volver de la ciudad e instalarme de nuevo en mi pueblo, apostando por el entonces flamante turismo rural y la incipiente industria enológica de la zona, un hada tocó mi hombro. Lo sé porque paseando por Guara, uno de los muchos días en que salía a cansar las piernas y descansar el alma, me encontré una camisa blanca de lino, húmeda y reluciente, tendida junto al arroyo. Miré a un lado y otro y no vi a nadie. Qué me llevó a cogerla, no lo sé. Pero me la llevé a casa y la guardé en mi mesilla de noche, a la cabecera de mi cama.

Comentando el hallazgo con mi abuelo, fue tajante: “Has tenido la suerte de coger la camisa de una lavandera. Tendrás suerte y protección durante toda tu vida. Eso cuenta la leyenda”. En aquel momento me pareció una historia de mayores, una fábula de las montañas. La tradición cuenta que las lavanderas son una especie de hadas que viven junto a los arroyos y allí lavan su ropa, siempre blanca. Si tienes la suerte de poder coger una de esas prendas, tendrás fortuna y protección toda la vida. Hoy, después del accidente, sé que la lavandera que me dejó esa camisa me custodia. Y mi abuelo, si todavía viviera, me diría: “Ves, chico, sí que existen”.

Todas las tardes que puedo, aún voy a pasear junto a ese arroyo y, muy de vez en cuando, veo ropa tendida. Pero la dejo ahí, para que otra persona tenga la misma oportunidad que las lavanderas me regalaron a mí.


S.N.G

EL PÁJARO DE ORDESA

Otoño en Ordesa. Fotografía de Maria Moreno

Nos pegamos un buen madrugón, pero allí estábamos. Menos mal que la dueña de la casa rural también madrugó y nos hizo un desayuno espectacular.


Las 10 de la mañana y en la explanada del parque. Nos cambiamos el calzado, cogimos las chaquetas, la mochila y nos subimos al bus. En un momento ya estábamos en medido de Ordesa, que maravilla.


Mi hija miraba, pero no hablaba mucho. Demasiado pronto… demasiado verde… y ningún ordenador a la vista…


Mi mujer, en cambio, avanzaba con decisión por la senda con paso firme y alegre, después de tanto contárselo por fin iba a ver mi montaña especial.


Y nada más empezar a andar, allí estaba nuestro invitado, ¿quién? pues un pájaro muy simpático que durante todo el recorrido estuvo cantándonos… al cabo de un rato, mi hija ya se sabía su melodía y se reía, siempre era la misma.


Seguimos nuestra ruta, izquierda, derecha, arriba y abajo, paramos a almorzar y recobrar fuerzas, junto a la primera cascada.


Nuestro amigo, el pájaro, estaba allí. En ningún momento lo vimos, pero allí seguía con su canción. Cuando el camino empezó a hacerse duro, sobre todo por el calor, mi hija empezó su otra canción ¿falta mucho? Y así en medio de Ordesa, mi mujer, mi hija, yo y el pájaro con su melodía… al final supimos lo que nos decía desde una principio ¡a la cola de caballo se va por aquí! Si señor, esa era su canción, para que nadie se pierda por el camino, y que repite sin cesar… con estás letras no puedo reproducir su melodía pero todo el que ha estado en Ordesa alguna vez se acuerda de ella, ¡a la cola de caballo se va por aquí!


Huesca y Ordesa, mi montaña preferida, ya está en el corazón de mi mujer y de mi hija, cuando les silbo la canción del pájaro de Ordesa se echan a reír.    








Antonio García Benito

lunes, 5 de septiembre de 2011

Ese olor a rural

Sabiñánigo y mucho más. Fotografía de Juan José Mairal

¡Me sentía extraño!... Todo olía a algo parecido a lo que mis padres y mis abuelos me habían contado tantas veces cuando era pequeño. Sentí es fragancia rural que ningún perfume o colonia podían imitar y que me llegaba, por vez primera, aquella dulce primera mañana de un caluroso verano en un rincón del pirineo aragonés.  A lo lejos el murmullo constante del agua que venía in crescendo desde la gran montaña por donde aparecía cada día ese sol que picaba al llegar el mediodía.

Más cerca, contemplaba esa casa como reformada, como con otro sentimiento de orgullo y de renacer otra vez, una casa de pueblo, casi perdida allá en la provincia de Huesca que tras años de trabajo y sacrificio, de recuerdos y nostalgias y por supuesto de mucha ilusión, había logrado resurgir de sus casi cenizas del tiempo y de esas calles casi desiertas-

Un lugar donde las películas no llegan, donde todo olía a algo parecido a lo que mis padres y mis abuelos me habían contado tantas veces cuando era pequeño, donde las palabras “silencio”, “paz” y “tranquilidad” se entremezclaban como una sola y eran parte inherente de pequeñas historias diarias de parejas, familias o personas solitarias.

Un lugar con una forma de vivir que te dominaba, de sentir de otra manera, con otros colores a verde y tierra, con otros olores, con otros sabores, donde todo huele a diferente, a rural, a Pirineo y a Somontano, a lluvia recién caída o a amanecer… con olor a rural.



                                                                              AUTOR: Juan José Mairal Herreros

                                                                                              Sabiñánigo (HUESCA)