Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



jueves, 27 de mayo de 2010

Los ojos del Entremon: Fotografía de Mª Victoria Trigo Bello

De II Concurso Huesca Compartir emociones

LOS OJOS DEL ENTREMÓN

Día de navatas, fecha destacada en el calendario de celebraciones de la provincia de Huesca. En Laspuña, los herederos de aquel oficio hoy limitado a muestra de cultura popular y a acontecimiento festivo, se afanan en hacer navegar esos ingenios de troncos y verdugos que en el breve tramo hasta Aínsa permiten evocar aquellos tiempos en que el Cinca era vía fluvial por la que los bosques de Sobrarbe se convertían en naves de agua dulce, rumbo al delta del Ebro.

En mi particular homenaje a aquellos hombres que fueron mallo y junco, timón y equilibrio sobre la inestabilidad de sus entramados, recorro el congosto de Entremón en un domingo de finales de mayo que compensa con creces por el retraso de la primavera. Recién iniciada la caminata desde Ligüerre por el sendero incrustado en el cañón, me saludan enfrente dos oquedades en la roca, bañadas sus bases en el agua. No me cuesta mucho interpretarlas como algo allende la simple consideración de cuevas, para ver en ellas algo metafísico, algo que me mira y que casi flotando sobre la potente vena del Cinca, me transmite un mensaje espiritual.

Son los Ojos del Entremón, como denomino espontáneamente al beso de pared y río que proyecta su color verde hacia el techo de cada concavidad para desde allí asomarse al fluir del río. Cuando ese caudal antaño salvaje daba rienda a su furia, ese punto se convertía en trágica parada final de un viaje apenas comenzado. El peligro allí era extremo para esos marinos de alma rural de interior. Aquellos antojos de la corriente –danza de colmillos en la espuma y fauces en las piedras-, de vez en cuando se encaprichaban de los navegantes y de un zarpazo, sin aviso ni miramiento, producían un naufragio de sangre.

Son los hombres que allí quedaron, tripulantes eternos que habitan en esos Ojos y acompañan a los trampos oníricos que, ajenos a las murallas de los pantanos, hoy siguen cabalgando a la grupa de las cordilleras del Cinca que conservan su vocación de mar. Así lo pienso, mientras las saxífragas se inclinan ornando la memoria de aquellos esforzados navegantes y el cielo pasea sereno arriba y abajo.

Yo leo en lápidas de agua los nombres de esos héroes sin medalla. Saco mi máquina de fotos y tras concentrarme en captar la instantánea, escucho la letanía de los pájaros que pueblan el congosto. Luego en casa, la pantalla de mi ordenador se volverá río y los navateros llegarán a la playa de mi escritorio para contarme sus penas de miedo y fatiga en aquella epopeya contra los impulsos del agua.

Encenderé una varita de incienso y todas las chimeneas de Sobrarbe comenzarán a destilar su luto de hebras blancas por aquel Cinca que se tragaba a los hombres para alimentar con sus retinas los Ojos del Entremón.



Mª. Victoria Trigo Bello

martes, 25 de mayo de 2010

DIRECTO AL CORAZÓN

Me pasó el porrón y sentí que su mano daba un beso a la mía. Tras la última noche de fiesta mi bruja más deliciosa se marcharía de Boltaña y al amanecer habrían desaparecido las chimeneas, los duendes y los bosques.

Vi sus ojos a través de aquella criatura de cristal. Lo alcé y enfilé a mi boca la hebra líquida. Alguien me empujó. Mi camiseta pagó las consecuencias.

Entonces ella, con sonrisa de media luna, dijo que me lloraba el corazón.



Mª. Victoria Trigo Bello

lunes, 24 de mayo de 2010

NUESTRO SECRETO

Por fin habíamos llegado. El paisaje era espectacular. Era primavera y las montañas mostraban todo su esplendor, brillaban con el sol espectacular que despertaba el color verde intenso de los bosques y las praderas.
Siempre me había gustado esa zona, Huesca estaba llena de paisajes hermosos pero a mí me llamaba la atención el Pirineo oscense. Intentábamos escaparnos siempre que nos era posible. Habíamos ido allí para relajarnos y pasar unos días lejos de la rutina. Para ello, Pol había reservado nuestra habitación en la casa rural donde solíamos ir años atrás.
Hacía mucho tiempo desde la última vez que estuvimos en esa misma habitación pero no había cambiado nada, seguía como aquel último día tan especial en que decidimos dar un giro a nuestras vidas e irnos a vivir juntos. Al cabo de tres meses, ya habíamos encontrado un piso precioso y nos habíamos trasladado. Seguíamos juntos y felices y pensamos que sería bonito celebrar nuestro tercer aniversario en la casa rural de Huesca.
Observé atentamente todo lo que me rodeaba. La misma cama, las mismas cortinas, la misma decoración, y el balcón con las mismas maravillosas vistas. Las montañas majestuosas se alzaban frente a la habitación. Nada más salir al balcón, el aire fresco susurraba entre los árboles y el suave sonido del agua del río se escuchaba a lo lejos. Era todo lo que necesitábamos; en ese lugar era muy fácil relajarse y olvidarse de los problemas cotidianos.
Una vez comprobado que todo estaba en su sitio, me dirigí al espejo de la entrada, lo aparté con cuidado y sonreí. No habían pintado las paredes en los últimos años; nuestros mensajes continuaban en el mismo sitio donde los habíamos escrito.
Cada vez que íbamos allí, escribíamos un mensaje el último día antes de irnos para recordar algo especial de la estancia durante esos días. Al volver en la siguiente ocasión, nos gustaba rememorar por qué habíamos escrito aquello y sonreír con los recuerdos.
Llevábamos haciéndolo diez años y nadie nos había pillado aún. Bueno, quizás alguien había descubierto nuestros mensajes secretos pero como no lo sabíamos, nos encantaba pensar que era nuestro secreto y que nadie más lo conocía.
Estaba segura de que en aquella ocasión también habría algo especial que escribir tras el espejo.
Montserrat Valea Pedrosa mayo 2010

ALLÍ ARRIBA…

Allí arriba, a más de 3.000 metros de altura, supe que lo que siempre había intuido era cierto, tan cierto como que el sol sale para todos, pero calienta a unos más que a otros. Somos pequeños. Muy pequeños. Claro, por supuesto, que todo depende de la escala. A los ojos de una hormiga, somos gigantes imbatibles. A los ojos del Monte Perdido, somos vulnerables humanos. Pero en ese momento acabábamos de saltarnos todas las proporciones y habíamos subido hasta la cima. Me sentía guardiana de esa tierra verde y sin embargo arisca que tanto me había dado. Me había dado algo de su sabiduría ancestral. Al menos, la suficiente para comprender que nuestro destino no depende más que de nosotros mismos, y nosotros ya habíamos tomado una decisión que no necesitó el refrendo de la palabra. Bastó con cruzar las miradas: no nos alejaríamos más de estas montañas y estos valles.

La recalada en la vida urbana fue dura. Abandonar nuestro pueblo de Huesca, el ambiente rural, la huerta, los animales y los paseos por el valle era –creímos en ese momento- una obligación. Había que “hacerse un futuro” en la ciudad, que para eso “teníamos carrera”. Luchamos, de verdad. Lo intentamos. Pero los ojos se nos fueron llenando de telas grises, la piel se nos agrietó, los pulmones se nos cerraron y la vida dejó de ser vida. ¿Cómo no echar de menos el calor de la chimenea en invierno y el frío de la brisa del verano? ¿cómo no añorar el murmullo del arroyo? Despertarse, mirar por la ventana y no ver el horizonte, día tras día, nos ahogaba. Así durante más de tres años.

Volvíamos a casa casi todos los fines de semana. Un de esos días de olor a tierra mojada –el mejor olor del mundo- decidimos subir el Monte Perdido. Sin prisa, disfrutando de la senda. Sabíamos que más arriba del mar de nubes nos esperaba la recompensa de una panorámica espectacular. Cientos de montañeros suben cada año por esos caminos: Ordesa, Cola de Caballo, el silencio impagable de la noche en la montaña, el amanecer con su horizonte de picos y valles, y de nuevo la subida en la que cada paso es un acercamiento a la esencia de esta tierra origen de leyendas que a veces no lo son tanto.

Era mediodía. Pisamos cima. Recuperamos el aliento y miramos a nuestro alrededor. Y allí arriba, a más de 3.000 metros de altura, supe que lo que siempre había intuido era cierto.

S. N. G

CUANDO LLEGAN..

Cuando llegan, sólo con observarlos unos minutos sé diferenciar aquellos que van a disfrutar de los que no encontrarán cómo hacerlo.

Los primeros saludan y se sonríen, a lo bobo, porque están convencidos de que todo lo bueno les alcanzará sólo con que se queden quietos. Y lo que es mejor: saben estarse quietos.
Los segundos se atropellan con sus propios pies: prisa por llegar, prisa por instalarse, prisa por cenar, por dormir, por ver, por hacer, por recoger, por viajar y regresar.
Los que saben disfrutar son trocitos de esponja: si van al bosque vienen verdes, si pasean por las calles invernales traen con ellos el olor de la leña quemada. Por las mañanas huelen a tostada antes de sentarse a la mesa, sólo porque ya se han imaginado desayunando.
Los otros son como cámaras de video. Guardan imágenes en su memoria, fotos fijas que después rescatarán para contar todo aquello que han visto: la perfecta película de la vida rural, cada flor en su lugar, el azul perfecto del cielo y el río, las excelencias de la mermelada casera.
Cuando se marchan, los primeros se llevan con ellos una parte de mí. Me los imagino durante el regreso: tranquilos y sonrientes en el tramo curveado hasta la carretera buena, en la autovía tras pasar Huesca, carrando el coche y cargando maletas.
Cuando se van los segundos, sé que siguen corriendo. Corren hasta llegar a sus casas. De mi se han olvidado tan pronto han dejado atrás el nombre del pueblo, y su prioridad es, ha sido desde el principio, volver y contarlo todo. Su viaje termina cuando consiguen, y entonces sí sé que se les iluminan los ojos y se les altera la voz, contarle a alguien su fabuloso fin de semana en la montaña: “mira, mira las fotos, ¿no es encantador el lugar? La casa era auténtica, de pueblo, arreglada con mucho gusto.”
Los segundos cuando vienen echan de menos su casa.
Los primeros, que se que volverán, me saludan al entrar (susurrando, no vaya a oírles alguien). “Hola casa”,me dicen, “¿cuántas cosas me vas a contar?”.

Marta

Fotografía presentala al I Concurso "Huesca: Compartir emociones"

MATILDE

Matilde se desperezó bajo los primeros rayos de sol. Había pasado buena noche, claro que sí. No había hecho ni frío, ni calor, ni viento, ni lluvia, y ya estaba la primavera demasiado avanzada para que la nieve apareciera por aquellos bosques de Huesca que eran su casa.

“Uuuummmm…. Habrá que buscar algo para comer. El desayuno es una comida muy importante” pensó para sí Matilde. Es que las ardillas son poco de compartir pensamientos y suelen hacerlo para sí mismas. Así pues, Matilde fue rama abajo hasta tocar el verde musgo del suelo. “¡Ostras, qué frío está!” y esto sí que no puedo evitar decirlo en voz alta. Recordaba que su madre siempre le decía que la primavera es caprichosa y que había que tener cuidado con los cambios de tiempo. “Resguárdate, Matildita, no vaya a ser que cojas frío” era la frase que tenía que oír casi todas las mañanas.
No tardó en encontrar unas nueces caídas de un árbol. Matilde sabía que cada vez había menos nogales, y por eso saboreó ese manjar escaso. Pero seguía teniendo hambre y buscó una piña, que ésas eran más fáciles de conseguir. La descamó y se la zampó toda enterita. Ahora sí que podía empezar a correr por su bosque: que si trepo a un pino, que si oteo el paisaje, que si bajo hasta la vega del río, que si vuelvo a trepar, que si salto de una rama a otra…. “Ay, qué bien se vive aquí” pensó de nuevo para sus adentros Matilde.

La noche comenzaba a caer sobre el bosque. Matilde buscó refugio entre ramas y hojas para resguardarse del frío y de los depredadores, que una ardilla tan estupenda como ella era una pieza codiciada. Se enroscó y se tapó con su cola de ardilla, tan calentita…

Un día, al despertar, Matilde vio algo distinto. Unos gigantes amarillos, que hacían muchísimo ruido y apisonaban todo a su paso, se acercaban hasta su bosque. Y la tierra tembló, los árboles cayeron y los animales… pues algunos, más rápidos, huyeron. Los torpes y los viejos (o ambas condiciones a la vez, que lo segundo suele acarrear lo primero) murieron aniquilados por esos nuevos depredadores que no entendían de cadena alimenticia, ni de respeto al entorno rural, ni siquiera de respeto a sí mismos.

Matilde se ha mudado de casa. Corrió durante muchos kilómetros hasta dejar de oír el ruido de las bestias amarillas. Sigue comiendo nueces y piñas, y saltando de rama en rama, pero echa de menos su bosque. Si ya lo decía su mamá: “Ay, Matilde, hija, como en casa en ningún sitio”.

Matilde

martes, 11 de mayo de 2010

"Ansó entre bosques" Foto presentada al Concurso fotográfico "Huesca compartir emociones"

"Azul" Foto presentada al concurso fotográfico "Huesca compartir emociones"

SABES: YO TENÍA UN PUEBLO

Era un pueblo muy bonito: con tejados negros de pizarra, gatos negros y negras noches. Estaba en Huesca, en el Pirineo. Su majestad La Montaña dominaba el paisaje, las calles empinadas, el repicar de campanas, los huertos, la nieve, los charcos, los gallos…me vienen los olores a campos mojados, las mañanas verdes claras y las tardes rojizas junto al hogar.


¿Sabes?: mi tiempo pasaba tranquilo entre los colores: la primavera era verde, el verano amarillo, el otoño rojo y el invierno blanco.

Ahora, miro por una ventana de vidrios rígidos, el aire apenas sopla, no mueve ni mece, refunfuña enfadado por doquier. No oigo el rugir del viento contra las montañas… me llevaron los tiempos y los años hasta aquí. Vivir en la capital, ¡no nos quedó otra!

¿Sabes?: un día se llevaron mi pueblo. Se lo llevaron unos hombres grandes con maquinas grandes y grandes ideas para las grandes ciudades…Se me estremecen las almas y se me enturbia el espíritu, yo ya no tengo pueblo, deje de tenerlo. …Y la pregunta del millón:”Y usted, ¿de dónde es…?”,pues oiga que ya no lo sé, tan siquiera está en los mapas. Era yo niño cuando lo llevaron al fondo del agua, mi madre lloraba, mi padre lloraba, el pueblo lloraba y nadie escuchaba, y yo, yo no entendía nada. Sin ir más lejos, cuando renové el carné de identidad, mira ya para que lo quiero: “nacido en…” pues oiga ponga lo que quiera.

Hoy hay carta, ¡vaya por Dios!, de la Asociación de Antiguos Habitantes de Renuy. Quieren que visitemos la reconstrucción del pueblo, a orillas del pantano. Se va a dedicar al turismo rural. Han invitado también a familiares de los antiguos habitantes, vecinos de la zona, políticos, grandes señores, todo eso. Pues habrá que ir, claro que sí.

¿Sabes?: ahora los grandes hombres inauguran centros de vacaciones, casas y hoteles rurales en pueblos como era el mío. Está de moda lo del turismo verde y rural, lo llaman también turismo sostenible o algo así. Yo, ya no entiendo, pero yo, en mi pueblo, en mi pequeño pueblo también me hubiese puesto una casa rural de esas, con chimenea y todo, y tendría huerto ecológico y huevos de corral, y vendrían gentes de todo el mundo a disfrutarlo. Ahora a mis 90 años me alivia el pensar: “El Pirineo está vivo”, sus bonitos pueblos están ahí, bien tiesos, luchando. Me entero de estas cosas, por qué yo, a mis años, me entero de todo, y aunque yo, ya no sé de estos mundos, me parece que esto es bueno.

                                                                                                   Autor: Seudónima

jueves, 6 de mayo de 2010

" ENCUENTRO "

Lo reconocí al instante. Lo cierto es que apenas había cambiado después de cinco años. Para ser exactos, cinco años, dos meses y siete días habían transcurrido desde aquel último y único encuentro.

Conservaba sin embargo la misma vehemencia en su mirada y el mismo apasionamiento en cada uno de sus pequeños gestos. Así que ahí estaba él, en el mismo restaurante que yo, con señora y niña incluida. Y aquí estaba yo, imantada por su presencia y sin fuerzas para digerir la sopa de garbanzos.

Mi novio-acompañante mientras tanto, intentaba, trago a trago, salvar nuestra languideciente conversación. Pero yo había iniciado ya un viaje en el que recorría la piel del otro, palmo a palmo.

- ¿Qué miras?- espetó por fin mi novio-acompañante.

- Nada, un antiguo conocido…

El antiguo conocido trataba entonces de meter la cuchara repleta de garbanzos en la boca de la niña morena y regordeta que parecía ser su hija. Una niña de no más de dos años.

- Dos años-musité, inconscientemente

- Dos años, ¿qué?- mi pseudonovio empezaba ya a perder la paciencia.

- Dos años que…no venía a esta zona de la provincia de Huesca- mentí.

Yo apenas podía tragar un garbanzo más.

- Voy un momento al baño.

Aquella estampa familiar de babero y tirabuzones había terminado por helarme la sangre.

Me abrí paso entre el fragor de las mesas mientras me repetía en desesperada letanía, “La cabeza alta, el paso firme, adelante, siempre adelante”. Como siempre en mi vida.

Pero esta vez no me tenía en pie. Caminaba con la mirada fija y ausente del reo camino del cadalso. Me acerqué tanto que casi logré tocarle la espalda. La niña lanzó entonces su chupete en airado chillido justo delante de mí. Me quedé mirando temerosa aquel objeto volátil como si fuera una bomba de relojería. Su padre se volvió y me vio por primera vez. Quedó boquiabierto. También yo quedé paralizada, cogí el chupete y lo entregué mientras salía a toda prisa, sintiendo sus ojos traspasándome la espalda.

El fuego me subía a las sienes. Abrí la puerta trasera de la casa rural buscando ansiosamente el aire que me faltaba y me senté ante la verde y silenciosa pradera.

- ¡Basta de mentiras! -clamaba la Naturaleza entera en silencio atronador.

Escuché con oídos reverentes y lágrimas en los ojos todos aquellos reproches durante tanto tiempo acallados. Comprendí entonces que ése iba a ser el día de las despedidas.

Respiré hondo, resuelta de una vez a hacerme cargo de mi vida.

Susana Torres

Bases III Concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca

La Asociación de Propietarios de Turismo Verde Huesca convoca el III concurso de microrrelatos “La magia de Huesca”.

Bases del Concurso
Hasta 2000 caracteres.

Tema libre.

Palabras clave: Huesca, verde y rural.

Cinco Premios: 100€ en cualquier reserva de alojamientos y servicios de Turismo Verde Huesca.

Los relatos se publicaran en la página www.turismoverde.es

Jurado: Estará formado por miembros de alojamientos rurales de Huesca y contará con la participación de los clientes de Turismo Verde Huesca mediante un sistema de votación .

Plazo de finalización: 30 de junio.
· Los premios deberán hacerse efectivo en el transcurso del año 2010.

·Cualquier aspecto no contemplado en estas bases será decidido por la junta directiva de la asociación Turismo Verde Huesca.
Enviar los relatos a: concursos@turismoverde.es