Cuando llegamos a la casa rural no lo podía creer. Por un poco de dinero teníamos el privilegio de sentirnos vivos, de descubrir una naturaleza exuberante, de ser pequeños reyes en un lugar de ensueño.
La casa estaba rodeada de vegetación insondable, miles de árboles y flores rodeaban un espacio como salido de una pintura; en el mismo momento de llegar experimentamos la sensación relajante de estar en nuestro propio hogar. Las montañas, al fondo, se recortaban hacia lo alto como sosteniendo el cielo. Atronaba el silencio, suspiraba la paz en forma de brisa.
Fueron unos días de renacer, de encontrarnos de nuevo junto con nuestros amigos, de estrechar lazos inseparables, de recuperar la esencia del ser humano junto a la naturaleza. En el pueblo cercano nos pertrechamos de deliciosos productos de la zona y nos preparamos a recuperar esa alegría olvidada, primitiva y cercana del fuego y las brasas.
Jornadas sin precio, inolvidables, en los que experimenté que un urbanita sigue siendo un hombre necesitado de lo esencial; una esencia que se regalaba a borbotones en aquel lugar rodeado de La Magia de Huesca, entre las cumbres del reino partícipe del amor de Hércules a Pyrene, donde todavía se recorta su silueta dormida contra el cielo y brilla con mil fulgores en la noche estrellada y limpia, bajo la luna inmensa, convocando al observador hacia el misterio de sus montañas pinceladas de violeta.
Un fin de semana fue como una larga aventura. Hicimos deporte, nos asombramos con la complejidad de la diversidad animal, fotografiamos como japoneses un paisaje único en el mundo y comimos las delicias de la zona: las migas, la carne, los embutidos…en fin, nos acercamos a la felicidad y nos olvidamos del cemento y las prisas. Esa casa maravillosa será en el futuro un poquito nuestra, y cada tanto volveremos para revivir esa sonrisa especial que nos trajimos a casa, que vuelve a dibujarse en mi cara cuando espero volver.Daniel Grustán Isabela
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