Río Bellos. Fotografía de Ramón Plaza |
Yo sé por qué sobreviví a aquel
accidente. Ni los médicos, ni los sanitarios que me atendieron en el primer
momento, ni los agentes de la guardia civil se lo podían explicar. Hablaban a
mi alrededor, yo los oía. Me daban por muerto. Dos vueltas de campana,
inconsciente y aprisionado entre el amasijo de chatarra que ya era mi coche,
parecía imposible que aún hubiera vida en mi cuerpo. Me trasladaron al hospital
de Huesca, y de allí a Zaragoza. Fueron 47 días de oscuridad, pero al final
desperté. Tres meses más tarde, ya casi recuperado, volví a casa, a mi pueblo
del Somontano.
“Es un milagro” repetían familia, amigos,
vecinos. Aunque yo sabía que no era exactamente un milagro. Cuando hace 16 años
decidí volver de la ciudad e instalarme de nuevo en mi pueblo, apostando por el
entonces flamante turismo rural y la incipiente industria enológica de la zona,
un hada tocó mi hombro. Lo sé porque paseando por Guara, uno de los muchos días
en que salía a cansar las piernas y descansar el alma, me encontré una camisa blanca
de lino, húmeda y reluciente, tendida junto al arroyo. Miré a un lado y otro y
no vi a nadie. Qué me llevó a cogerla, no lo sé. Pero me la llevé a casa y la
guardé en mi mesilla de noche, a la cabecera de mi cama.
Comentando el hallazgo con mi abuelo, fue
tajante: “Has tenido la suerte de coger la camisa de una lavandera. Tendrás
suerte y protección durante toda tu vida. Eso cuenta la leyenda”. En aquel
momento me pareció una historia de mayores, una fábula de las montañas. La
tradición cuenta que las lavanderas son una especie de hadas que viven junto a
los arroyos y allí lavan su ropa, siempre blanca. Si tienes la suerte de poder
coger una de esas prendas, tendrás fortuna y protección toda la vida. Hoy,
después del accidente, sé que la lavandera que me dejó esa camisa me custodia. Y
mi abuelo, si todavía viviera, me diría: “Ves, chico, sí que existen”.
Todas las tardes que puedo, aún voy a
pasear junto a ese arroyo y, muy de vez en cuando, veo ropa tendida. Pero la
dejo ahí, para que otra persona tenga la misma oportunidad que las lavanderas
me regalaron a mí.
S.N.G
Me gusta mucho la historia. Ojalá encuentre yo una camisa blanca que me cuide y proteja.
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