Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



lunes, 9 de enero de 2012

Fallo del jurado edición 2011


CONCURSOS TURISMO VERDE 2011


En la edición del año 2011 se han presentado al IV Concurso de Relatos Turismo Verde 21 relatos y al III Concurso de fotografías “Huesca compartir emociones” 269 fotografías.

Reunidos los Jurados de ambos concursos quieren hacer público el agradecimiento  a todos los participantes y dotar a todos ellos con un obsequio por su participación.

También quieren resaltar la gran calidad de las fotografías y los relatos presentados.

Por último acuerdan conceder los siguientes premios:


RELATOS:

1º Premio. “Las lavanderas” de Susana Nieto

2º Premio. “Toda una vida” de Dora Blasco

3º Premio. “Los retoños del sol” de Mª Victoria Trigo

4º Premio. “El último viaje” de Álvaro Donrroso

5º Premio “Braulio” de Braulio Blasco


Dotados cada uno de ellos con 200€  en cualquier reserva de alojamientos o servicios de la Asociación Turismo Verde


FOTOGRAFÍAS:

 1º Premio: “La emoción de volar” de Sylvie Cosson

2º Premio: “Graus después de la lluvia” de Eliane Espanol de Colomiers

3º Premio: “La emoción de las hadas” de Jesús Montaño

4º Premio: “Esperando volar” de Guillermo Campo Buil

5ª Premio: “De vuelta a casa” de Alfonso Ferrer

6º Premio: “Camino de Guara” de Jesús Bosque

Dotado cada uno de ellos  con 200€  en cualquier reserva de alojamientos o servicios de la Asociación Turismo Verde

Nota. Para hacer efectivos los premios se ruega ponerse en contacto con la Asociación en el teléfono 974 500 127.

El plazo máximo para hacer efectivo los premios será hasta el 31 de diciembre de 2012

Ainsa a 3 de enero 2012

martes, 25 de octubre de 2011

EL ÚLTIMO VIAJE


Pineta Fotografía de Alfonso Ferrer

El coche abandonó la oscuridad del túnel mientras yo apagaba las luces de cruce. Ante mí tenía el espectáculo de esas montañas que tanto quería: los Pirineos de Huesca.
Instintivamente giré la vista hacia el asiento del copiloto y recordé su expresión de alegría al contemplar aquel maravilloso paisaje.
Pero ahora ella ya no estaba. No me podría acompañar nunca más. Me había dejado. Se había marchado a un lugar tan lejano desde donde no es posible regresar.

Éste iba a ser nuestro último viaje a esas montañas. Era demasiado doloroso recordar y pasear por los lugares donde habíamos sido tan felices y donde un día la fortuna quiso que nuestras vidas se cruzasen.
Pero se lo había prometido. Ella me dijo que quería quedarse entre estas montañas para siempre y me había hecho partícipe de ése su último deseo. No le podía fallar, por muy duro que me resultase.

Ante mí, otra vez aquella sinuosa carretera que tantas veces habíamos recorrido juntos rumbo hacia “nuestra” casa de turismo rural. Nuestro hogar durante tantos y tantos fines de semana.
Allí estaba: el cruce. Marqué con el intermitente derecho mi desvío y enfilé aquella recta flanqueada por robles y hayas. ¡Cómo habría disfrutado con aquel espectáculo otoñal! Bajé la ventanilla y el olor a humedad y a hojas secas volvió a traerme mil recuerdos. Pero ella, ya no estaba.

Tras la curva, apareció el pueblo. Y en lugar destacado aquella casa. Más recuerdos…

Allí estaba Elisa esperando mi llegada. Aparqué, bajé del coche y me acerqué a ella. No hicieron falta palabras. Me abrazo y me susurro un “no sabes cuánto lo siento”.
¡Cómo no iba a sentirlo! Habían sido muchas tardes de charla, risas, anécdotas y confidencias junto al hogar los tres juntos. Nunca más. Nunca más podríamos volver a reunirnos. Porque ella ya no estaba, se había marchado.

Volví a entrar en aquella casa. Más recuerdos… Su imagen en todos y en cada uno de los rincones: junto a la ventana, sentada en el sofá o contemplando en silencio el crepitar de la leña. Parecía como si estuviera allí.

Subí a “nuestra” habitación. Me cambié de ropa me calcé las botas y cogí entre mis manos aquello que era lo único que me quedaba de ella. Tenía que hacerlo, ella me lo había pedido.

Salí al exterior y eché a andar adentrándome en el bosque ascendiendo sin descanso hasta aquel mirador, “nuestro mirador”. Allí fui consciente de que aquel iba a ser nuestro último instante juntos:

Adiós, hasta siempre. Éste ha sido nuestro último viaje.

VIENTO DEL NORTE

lunes, 24 de octubre de 2011

AMANECER EN TELLA



Siete pájaros se han posado en el dolmen.  Cuervos de sombra alargada, negra y misteriosa, como la del dolmen que dibuja símbolos mágicos sobre la tierra solitaria.

Jóvenes cogidas de las manos se acercan cantando, blanca luna es su piel, cielo dormido sus ojos y mies sus largos cabellos al viento; collares de flores rojas acarician sus pechos desnudos cuando la danza hechicera comienza alrededor del dolmen milenario.

Tras un corto caminar del astro Sol, los negros cuervos permanecen quietos mirando a las siete mujeres. En ese instante, ni el dolmen, ni los cuervos, ni las jóvenes tienen sombras. El sol se ha ocultado, permanece límpida una luz rojiza, han cesado los trinos de las aves, y las hojas de los árboles han dejado de temblar.

Unidas en corro con los brazos levantados, permanecen quietas como los cuervos quietos. Todo el valle es un viento quieto, carmesí, que cubre el último aliento de la tierra.

Los colores verdes del pinar se acercan en círculos seguidos por los ocres otoñales arrancados a los troncos y ramas que escapan de los azules del atardecer. Se han colocado envolviendo a mujeres, cuervos y al dolmen que brilla con fulgor de oro.

Las montañas, los ríos, el valle y el infinito parece que llevan, olvido, tristeza y desolación. Torbellinos de color y silencio, son últimos suspiros en la orilla sin origen de la eternidad.

La noche está llegando de puntillas, la luna grande, con su luz, da tintes de tragedia bordada con sus rayos blancos que cada vez se hacen más espesos. Han penetrado la esfera que envolvía a los siete cuervos, a las siete jóvenes y todo estalla. Los colores retornan a su sitio; los cuervos inician el vuelo; las muchachas, camino del río. Al llegar a sus aguas se sumergen. Convertidas en espuma acarician piedras y orillas, camino de un próximo atardecer.
 LA MUECA JADE

miércoles, 19 de octubre de 2011

BRAULIO

De vuelta a casa - Fotografía de Alfonso Ferrer

Ahora está jubilado, pero Braulio trabajó durante su juventud en el campo, con su padre, en jornadas que empezaban con el alba. Hasta que se dijo que aquello no era para él y se preparó para cartero. A partir de entonces fue Braulio El Cartero.

Sentado junto a la puerta de su casa, en el pueblo, recuerda los años que ha pasado recorriendo esa comarca rural de Huesca. En bici, en moto, más recientemente en coche, y antaño incluso a pie, Braulio llevaba cartas y paquetes a los vecinos, que esperaban ansiosos nuevas de sus familiares emigrados a la capital o hasta a Alemania. Es que en aquella época no había apenas teléfonos, ni televisión, ni por supuesto Internet ni correos electrónicos. Muchos de sus paisanos no sabían leer, así que Braulio era portador, lector y hasta redactor de noticias. Y gestor de trámites. Y psicólogo de urgencia cuando los partes eran reveses. Nunca pedía nada a cambio, pero de vez en cuando volvía a casa con unos huevos recién puestos, unas patatas del huerto, o unos pañuelos bordados con sus iniciales.

Braulio entorna los ojos, un poco por el sol que le deslumbra y un poco por añoranza. ¿Anécdotas? Uf, decenas… Como aquella vez que tuvo que salir corriendo, literalmente, mientras le perseguía el perro de Cosme por las tres calles del pueblo y acabó subido a una ventana. “Es que me tenía enfilao” se defiende Braulio. O como aquella otra vez que anduvo buscando pueblo por pueblo a José Allué, destinatario de una carta certificada remitida por el Ministerio de Gobernación. Y el tal José resultó ser el Tío del Pozal, fallecido hacía poco, del que nadie recordaba su verdadero nombre, pero sí el chascarrillo que le dio el apodo y que no es momento de contar aquí.

Aunque Braulio no es hombre de ensalzar el pasado. Para él, todo tiempo tiene su hechizo y su amargor. De aquellos años ha conservado su rutina de cronista rural. Voy a revisar mi buzón, que espero noticias desde el pueblo. Aquí está, sí, ya lo veo entre los remitentes: braulio@gmail.com.

Braulio Blasco

martes, 18 de octubre de 2011

EL ABRAZO IMPOSIBLE

El abrazo imposible. Fotografía de Victoria Trigo Bello

Te advertí que no trajeras el río de la vanidad, te imploré que no jugaras con nuestro amor. Te pedí que apaciguaras tu brillo y controlaras tus rayos, que no por mucho deslumbrar es más duradera la luz.


            Éramos felices en nuestra sencillez rural de hogaza y sopa caliente, teníamos el edén en esa arcadia de Huesca que huele a albahaca y a lumbre de carrasca, pero aquello te sabía a poco y ampliaste el corazón –ese corazón único y nuestro- donde nos abrazábamos y gestábamos sueños, para que en él cupieran otros horizontes, otros afanes, otros amantes.


            Ahora, desterrados del paraíso de la complicidad, somos dos orillas que se miran y a duras penas se reconocen, dos memorias que quizás en algún momento añoran el tiempo irrepetible en que estuvieron unidas, hasta que un sol envenenado hincó la guadaña que las separó.




Autora: Victoria Trigo Bello

viernes, 14 de octubre de 2011

LAS PERLAS DEL BOSQUE


Bosque del Betato. Fotografía de Joaquín Vilas Labrador



En el bosque hay nubes que se disfrazan de lluvia para columpiarse en las hojas tiernas. En el bosque hay duendes que dan volteretas en la hojarasca y viven en setas tan grandes que sólo caben en la imaginación. En el bosque hay aves que se sueñan cometas para jugar con niños de viento y azúcar. En el bosque hay peldaños invisibles por los que transitan las ardillas, aves que pían idiomas de nido y pluma, insectos que urden sus mimbres por laberintos de musgo y corteza.


Hoy he vuelto al bosque a reunirme con la chiquilla que recogía las perlas que dejan caer las hadas cuando van corriendo a alguna fiesta con la niebla, o cuando bailan alrededor de los árboles ancianos. Allí estaban, impacientes de anidar en mis manos, aguardándome para regalarme sus besos dulces y rojos.


He llevado a casa algunas de ellas para guardar en conserva, como hacía mi abuela de Huesca. Otras las he disfrutado de inmediato y mi paladar se ha zambullido en un néctar rural de moras y fresas silvestres que bien podría ser una receta inventada por las ninfas.

Victoria Trigo Bello

LA MIRADA DE BRONCE




La mirada de bronce. Fotografía de Joaquín Vilas Labrador



Veo la figura que se eleva sobre todos los caminos, con todos los pasos dados y por dar metidos en esos pies que soportan soles y sombras del cielo y de la tierra. Veo esa mujer donde van todas las mujeres del mundo rural, mujeres capaces de hacer de la casa un mundo y del mundo una casa, mujeres de cáñamo, médula y junco, mujeres con el Cinca en la cadera y en la cabeza, mujeres cotidianas, sin fiestas de guardar, con todas las fuentes y todos los ríos de Huesca acunados en el ir y venir de sus cántaros.


Veo la mirada de bronce, esa mirada segura y rotunda, esa mirada directa que apunta al infinito pero que, a la vez, es mirada fragatina de lágrima y caricia, mirada siempre cálida en mi alma.


Victoria Trigo Bello

martes, 11 de octubre de 2011

¿DÓNDE SI NO?

El bosque animado. Fotografía de Abi Sal
Volví al trabajo intentando hacerme a la idea de que los días de playa habían terminado y con ellos el verano.

Esos atardeceres en los que el sol se funde con el horizonte tendrían que esperar un año.

Con suaves movimientos rutinarios comencé mi jornada: encender el ordenador, comprobar mensajes de teléfono, ver recados en el escritorio, un café…

Entonces apareció: estaba ahí.

Fuerte, directo, quizás con una sonrisa amable, pero invitando a todo.
Intenté concentrarme en mi trabajo, pero no podía apartar los ojos de él.
Su magnetismo era tal que consiguió que le prestase mi atención, toda mi atención.

Y entonces comenzó: turismo de interior, la magia de Huesca, casas rurales, Ordesa…
Ese correo electrónico de Turismo Verde despertó una amplia sonrisa en mí, y casi sin quererlo comencé a planificar mis vacaciones de invierno en Huesca, ¿dónde si no?




Eva Mª Escudero Yagüe

lunes, 3 de octubre de 2011

Toda una vida

Sahún . Fotografía de Juan Murillo
 
A Teresa y Alegría.


Leonor y Agustina subían jadeantes por el Barranco Fondo tirando de la mula cargada de leña. Desde que faltaba padre, y madre andaba en cama más tiempo que levantada, ellas se ocupaban de todo. El huerto, los animales, la casa…eran mujeres de  montaña, duras como exigía el medio. Sabían también que esta situación no iba a ser eterna, cambiaría cuando la matriarca se fuera…Leonor casaría con Julián, nacido en Barbastro con quien andaba de novios y se asentarían allí. Agustina tenía decidido marchar a Barcelona donde sus primas le contaban que había trabajo de sobra. Casi sin darse cuenta y por las vueltas que bruscamente da la vida, al acabar el verano se abrazaron en el andén de la estación de Monzón, con lágrimas en los ojos y prometiendo escribirse. Cuando el tren anunció la salida, Leonor le confesó al oído a su hermana que estaba encinta, el primero de cinco... Veinte años después, cuando el más pequeño fue a estudiar a Huesca, las hermanas se reunieron unos días en la casa familiar, había que recoger las nueces, limpiar los huertos y renovar el tejado. En un respiro de la faena, Agustina repasó el periódico a la luz de la primera lumbre del año. La noticia le dejó pensativa: “Ayudas para rehabilitar las casas rurales a cambio de dedicarlas a alojamientos para el turismo”, decía el anuncio. Y así empezó todo… “yo puedo cocinar, siempre he tenido buena mano, tú te encargas de la gente que tienes más paciencia y a limpiar no nos gana nadie”. Para Todos Santos colocaron el primer andamio y en primavera la casa estaba terminada. “Casa Vidal” abría sus puertas de nuevo para no cerrarlas más.

Las hermanas subieron la empinada escalera que les llevaba a la recién inaugurada terraza, cogidas del brazo, emocionadas y recordando a sus abuelos, a padre, a madre, a los hijos…toda una vida, contemplaron el último rayo de sol que teñía de rojo la Peña Montañesa….





                                           Dora Blasco, septiembre 2011.

Ruptura


Finalmente iba a bajarme de aquel tren que había conducido mi vida con tan insoportable moderación.  Aquella pradera del Pirineo de Huesca me había hablado como un libro abierto; la Naturaleza entera había clamado con el potente lenguaje de los sentidos, dispuesta a arrancarme de mi languideciente pseudoexistencia. Y esta vez yo sí había escuchado.

Movida por una fuerza desconocida, entré en el comedor de la casa rural donde iba a dar comienzo, el último acto de esta absurda farsa en que se había convertido mi vida.
El seguía esperándome sentado a la mesa, ajeno a la tempestad que estaba a punto de desencadenarse. Se había entretenido colocando una fila de bolitas de pan en perfecta y exasperante alineación. Una bolita tras otra. Si no ponía remedio, también los capítulos de mi vida irían pasando uno tras otro en previsible sucesión. Era inevitable.
Me senté frente a él. Levantó la vista de su concentrada actividad y me dirigió una mirada más interrogativa de lo habitual.
-          ¿Qué pasa? ¿Dónde estabas?
-          Me he mareado y he salido a tomar un poco el aire.
-          ¿Pero te encuentras mal?
-          No, bueno, quiero decir, sí.
Enmudecí de pronto. Estaba a punto de dar ese paso que me lanzaría al vacío. Con el corazón en la boca, comencé a hablar, tras años de silencio.
-          Verás, tengo algo que decirte.
-          Sigue.
El esperaba una explicación y yo debía dársela. En realidad yo hubiera debido hablar muchas veces en que opté por callar. Pero ahora ya era demasiado tarde.
-          Me he dado cuenta de que en realidad ya no me interesas.
-          ¿Qué quieres decir?
-          Pues eso, que lo he estado pensando y ya no me interesas en ningún aspecto.
-          ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado el sol esta mañana en la excursión, o es que te has vuelto loca?
-          En serio, ya no siento nada por ti. Esto tiene que acabar.
-          Estás como una cabra.
-          Lo siento, no tengo nada más que decir.
-          ¡Vete a la mierda!

Se levantó furibundo, tirando la silla tras de sí y se alejó ruidosamente. Con mano temblorosa, apuré la copa de vino que quedaba en la mesa mientras cerraba los ojos anegados en lágrimas.
Me había dejado caer dulcemente, mecida por la brisa fresca de la montaña. Los pájaros revoloteaban a mi alrededor, acompañando mi caída con cálidos gorjeos. Y abajo, cada vez más cerca, un riachuelo de aguas cristalinas se abría paso en el angosto valle.
Sonreí, esperando ansiosa el momento de ser transportada por esa nueva y prometedora corriente.
Susana Torres

viernes, 23 de septiembre de 2011

La Lágrima


Era el más anciano del lugar, de los pocos que allí quedaban, en un rincón del recóndito Pirineo de Huesca. Sentado al sol de la mañana en un banco de piedra mirando el horizonte, a la vieja carretera por la que rara vez alguien pasaba. Su rostro se curtía bajo el mismo sol día tras día, un rostro al que hacía años que no visitaba una sonrisa, en aquel desolado rincón donde poco a poco iba muriendo uno tras otro y nadie venía.
Un día el anciano vio un coche a lo lejos, creyó que era una fantasía, al llegar frente a él, paró. Dentro del coche dos niños cantaban, reían y jugaban. Mientras el padre le preguntaba por una carretera equivocada que llevaba a una aislada casa rural, pudo ver como uno de los niños lo miraba y con un destello de luz en sus ojos una enorme sonrisa le brindaba.
El coche se fue y de los tristes ojos del anciano, secos hacía ya mucho tiempo, una lágrima cayó, como lluvia en sequía, recordándole que todavía existía la vida y la alegría.
Aquella noche mientras dormía soñó con aquella lágrima, hermana de otras tantas hace tanto tiempo olvidadas, traspasó el suelo y se convirtió en una cascada de agua cristalina que bajaba y bajaba hasta llegar a un lago de agua clara que dejaba ver cientos de peces de los colores del arco iris, estaba rodeado por una vegetación de una enorme variedad de plantas. Se tumbó a la sombra de un árbol y aunque no vio a nadie podía oír las risas de unos niños que jugaban, a un niño que llamaba a su hijo, a un niño que caía y comenzaba a llorar.
De repente ya no se sintió solo ni viejo, cerró los ojos y mientras escucho el sonido del agua y la voz de aquella lágrima susurrándole al oído decidió no regresar.

Cristina Belacortu Palacios

martes, 20 de septiembre de 2011

DESDE EL PIRINEO

Aragón es como un vagabundo en el dédalo de su destino, como Venecia en primavera, como vida desenfadada, como una historia que contiene lo más maravilloso del mundo, mil sensaciones extrañas se entrecruzan...

Foto de José Álvarez Aznar "ATHO"
Las Tres Sorores, majestuosas montañas de este Pirineo ¾ las veo desde mi ventana¾ , están ahí, de blanco cubiertas, ancladas en el azul, de un atardecer que asegura su belleza. Hablan en un código que solo entiende el silencio.



Mas... ¿Qué importa la montaña si el amor viene del valle?

Impulsado por los dioses del Olimpo, se acerca un viento lleno de sueños, música y besos que acarician el alma. El corazón saltarín y alegre, abierto al infinito, encuentra en los sueños, una juventud eternamente atrapada en lo inesperado Solo cuando se encuentran, nada es igual, todo permanece atrapado en una sensación enigmática. El amor del valle y la montaña, provoca aventura, porque, una aventura es, salir de uno para ir al encuentro del otro.

El viento del valle se ha posado en los sueños de la montaña y forma parte de la belleza de los ríos y fuentes que, alegres, van en busca del padrecito Ebro.



José Álvarez Aznar "ATHO"

jueves, 15 de septiembre de 2011

Las Lavanderas



Río Bellos. Fotografía de Ramón Plaza
Yo sé por qué sobreviví a aquel accidente. Ni los médicos, ni los sanitarios que me atendieron en el primer momento, ni los agentes de la guardia civil se lo podían explicar. Hablaban a mi alrededor, yo los oía. Me daban por muerto. Dos vueltas de campana, inconsciente y aprisionado entre el amasijo de chatarra que ya era mi coche, parecía imposible que aún hubiera vida en mi cuerpo. Me trasladaron al hospital de Huesca, y de allí a Zaragoza. Fueron 47 días de oscuridad, pero al final desperté. Tres meses más tarde, ya casi recuperado, volví a casa, a mi pueblo del Somontano.

“Es un milagro” repetían familia, amigos, vecinos. Aunque yo sabía que no era exactamente un milagro. Cuando hace 16 años decidí volver de la ciudad e instalarme de nuevo en mi pueblo, apostando por el entonces flamante turismo rural y la incipiente industria enológica de la zona, un hada tocó mi hombro. Lo sé porque paseando por Guara, uno de los muchos días en que salía a cansar las piernas y descansar el alma, me encontré una camisa blanca de lino, húmeda y reluciente, tendida junto al arroyo. Miré a un lado y otro y no vi a nadie. Qué me llevó a cogerla, no lo sé. Pero me la llevé a casa y la guardé en mi mesilla de noche, a la cabecera de mi cama.

Comentando el hallazgo con mi abuelo, fue tajante: “Has tenido la suerte de coger la camisa de una lavandera. Tendrás suerte y protección durante toda tu vida. Eso cuenta la leyenda”. En aquel momento me pareció una historia de mayores, una fábula de las montañas. La tradición cuenta que las lavanderas son una especie de hadas que viven junto a los arroyos y allí lavan su ropa, siempre blanca. Si tienes la suerte de poder coger una de esas prendas, tendrás fortuna y protección toda la vida. Hoy, después del accidente, sé que la lavandera que me dejó esa camisa me custodia. Y mi abuelo, si todavía viviera, me diría: “Ves, chico, sí que existen”.

Todas las tardes que puedo, aún voy a pasear junto a ese arroyo y, muy de vez en cuando, veo ropa tendida. Pero la dejo ahí, para que otra persona tenga la misma oportunidad que las lavanderas me regalaron a mí.


S.N.G

EL PÁJARO DE ORDESA

Otoño en Ordesa. Fotografía de Maria Moreno

Nos pegamos un buen madrugón, pero allí estábamos. Menos mal que la dueña de la casa rural también madrugó y nos hizo un desayuno espectacular.


Las 10 de la mañana y en la explanada del parque. Nos cambiamos el calzado, cogimos las chaquetas, la mochila y nos subimos al bus. En un momento ya estábamos en medido de Ordesa, que maravilla.


Mi hija miraba, pero no hablaba mucho. Demasiado pronto… demasiado verde… y ningún ordenador a la vista…


Mi mujer, en cambio, avanzaba con decisión por la senda con paso firme y alegre, después de tanto contárselo por fin iba a ver mi montaña especial.


Y nada más empezar a andar, allí estaba nuestro invitado, ¿quién? pues un pájaro muy simpático que durante todo el recorrido estuvo cantándonos… al cabo de un rato, mi hija ya se sabía su melodía y se reía, siempre era la misma.


Seguimos nuestra ruta, izquierda, derecha, arriba y abajo, paramos a almorzar y recobrar fuerzas, junto a la primera cascada.


Nuestro amigo, el pájaro, estaba allí. En ningún momento lo vimos, pero allí seguía con su canción. Cuando el camino empezó a hacerse duro, sobre todo por el calor, mi hija empezó su otra canción ¿falta mucho? Y así en medio de Ordesa, mi mujer, mi hija, yo y el pájaro con su melodía… al final supimos lo que nos decía desde una principio ¡a la cola de caballo se va por aquí! Si señor, esa era su canción, para que nadie se pierda por el camino, y que repite sin cesar… con estás letras no puedo reproducir su melodía pero todo el que ha estado en Ordesa alguna vez se acuerda de ella, ¡a la cola de caballo se va por aquí!


Huesca y Ordesa, mi montaña preferida, ya está en el corazón de mi mujer y de mi hija, cuando les silbo la canción del pájaro de Ordesa se echan a reír.    








Antonio García Benito

lunes, 5 de septiembre de 2011

Ese olor a rural

Sabiñánigo y mucho más. Fotografía de Juan José Mairal

¡Me sentía extraño!... Todo olía a algo parecido a lo que mis padres y mis abuelos me habían contado tantas veces cuando era pequeño. Sentí es fragancia rural que ningún perfume o colonia podían imitar y que me llegaba, por vez primera, aquella dulce primera mañana de un caluroso verano en un rincón del pirineo aragonés.  A lo lejos el murmullo constante del agua que venía in crescendo desde la gran montaña por donde aparecía cada día ese sol que picaba al llegar el mediodía.

Más cerca, contemplaba esa casa como reformada, como con otro sentimiento de orgullo y de renacer otra vez, una casa de pueblo, casi perdida allá en la provincia de Huesca que tras años de trabajo y sacrificio, de recuerdos y nostalgias y por supuesto de mucha ilusión, había logrado resurgir de sus casi cenizas del tiempo y de esas calles casi desiertas-

Un lugar donde las películas no llegan, donde todo olía a algo parecido a lo que mis padres y mis abuelos me habían contado tantas veces cuando era pequeño, donde las palabras “silencio”, “paz” y “tranquilidad” se entremezclaban como una sola y eran parte inherente de pequeñas historias diarias de parejas, familias o personas solitarias.

Un lugar con una forma de vivir que te dominaba, de sentir de otra manera, con otros colores a verde y tierra, con otros olores, con otros sabores, donde todo huele a diferente, a rural, a Pirineo y a Somontano, a lluvia recién caída o a amanecer… con olor a rural.



                                                                              AUTOR: Juan José Mairal Herreros

                                                                                              Sabiñánigo (HUESCA)

miércoles, 31 de agosto de 2011

EL NAVÍO SIN MAR


Peña Oroel vista desde punta Güé. 03/01/2011.
Fotografía de Mª Victoria Trigo Bello.



Él hubiera querido ser marinero, pero Huesca era provincia de interior. Él soñaba con olas y timones, aventuras de anclas, piratas y garfios, noches de tormenta y naufragios felices que desembocaran en brazos de las sirenas. Él quería que su pueblo tuviera mar, quizás un mar rural, un mar de andar por casa, sin alejarse mucho de la cadiera, el puchero y el fogaril.
 Él miraba al cielo y lo veía aburrido y plano; por eso lo dibujaba con remolinos, con senderos blancos, azules y verdes, con ballenas, tiburones y delfines. Y en ese cielo acuático sembraba embarcaciones de redes plateadas, yates señoriales de pamela y bronceador, y también transoceánicos rumbo a la fantasía.
 Decían que estaba loco, pero sólo él me regaló un navío de piedra que flotaba sobre un colchón de espuma y sal.

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Autora: Victoria Trigo Bello

lunes, 29 de agosto de 2011

El baile de los amantes


"El beso" Barranco de San Critobal
Fotografía de Victoria Trigo Bello

Vámonos amado mío, vámonos a bailar a la fiesta de cualquier pueblo de Huesca. Vámonos de casa una noche, sólo una, que la eternidad bien cabe en una canción, mientras los músicos mezclan gaitas con violines y la ronda despliega su alma profunda y rural.

            Vámonos amado mío, que más allá de este barranco hay montañas que se dicen de tú a tú con el cielo, ríos de cascabeles, rebaños verdes hechos bosques y caracolas de sal que se quedaron en tierra cuando el mar emigró.

            Vámonos amado mío, hagamos crecer alas y abrazos en la carne que nos dibujó el viento. Vámonos a la vida, a la magia y al amor.
          


Autora: Victoria Trigo Bello

viernes, 26 de agosto de 2011

LOS RETOÑOS DEL SOL

Los retoños del Sol. Ibón de Tramacastilla.
Fotografía de Mª Victoria Trigo
Decía el dueño de la casa, que cada verano el sol se desprendía de algunos rayos para regalar flores a los paisajes de alta montaña. Yo, en aquel alojamiento de turismo rural en el que desde hacía años pasábamos la primera quincena de agosto, siempre pedía al señor Jacinto que me contara esa historia, pues me fascinaba imaginar que en esos territorios tan alejados de mi ciudad, se disfrutara de un obsequio solar tan delicado. 

            El señor Jacinto nos llevó un día a un ibón, uno de los muchos que hay en la provincia de Huesca. Al llegar junto al agua se puso en cuclillas al lado de dos carlinas y me dijo: “Aquí tienes un par de retoños del sol. Como son algo tímidos, seguro que los ha enviado esta noche para que se bañaran sin ser vistos por los humanos. Al amanecer, cansados de chapotear y de jugar con algún tritón, se han tendido a secarse en la hierba”

            Mi padre sacó la cámara y fotografió a esas dos criaturas que me miraban con retinas grandiosas y amarillas. Yo no sabía si creer del todo al señor Jacinto, pero lo cierto es que allí, a mis pies, había dos estrellas vegetales que bien podrían ser hijas del mismísimo sol. 

Así comprendí que en el alto Aragón antaño utilizaran las carlinas como elementos decorativos y protectores, porque nada puede haber más bello y positivo para una casa, que dejar que en ella anide la luz.

Autora: Victoria Trigo Bello

jueves, 11 de agosto de 2011

UN CANTO A HUESCA


Ordesa una puerta al infinito. Fotografía de Juanjo Mairal

Huesca... mi tierra encantada
tierra...de sinceridad y amor
la nobleza de tus gentes y tu enorme corazón
son un símbolo de paz de verdad y comprensión.

Oscenses, todos humanos, sencillos, cálidos, tiernos
siempre te están esperando
a que te acerques a verlos
que disfrutes sus costumbres
sus bailes y cantos bellos. 

Sus jotas aragonesas, te transportarán al cielo
porque en ese canto ponen
toda la fuerza del pueblo
fuerza grande y contagiosa que te elevará del suelo.

En sus casitas rurales pasarás días de paz
tienen encanto, cariño y muchas virtudes mas
ven sin dudar un momento
te esperamos con amor
no olvides que Huesca está en el mas alto Aragon.
Huesca...tu tienes la mágia
de encantar a quien conoces
con tus poblados, tus ríos, tus montañas y tus bosques
que evocan tus cantadores en sus jotas con amores
poniendo en cada palabra la grandeza de sus voces.

 Huesca...la leal y bella Huesca
no importa la competencia
eres única entre todas
lo mejor de la existencia.  

Lourdes Alvarez