Finalmente iba a bajarme de aquel tren que había conducido
mi vida con tan insoportable moderación. Aquella pradera del Pirineo de Huesca me había
hablado como un libro abierto; la Naturaleza entera había clamado con el potente
lenguaje de los sentidos, dispuesta a arrancarme de mi languideciente
pseudoexistencia. Y esta vez yo sí había escuchado.
Movida por una fuerza desconocida, entré en el comedor de la
casa rural donde iba a dar comienzo, el último acto de esta absurda farsa en
que se había convertido mi vida.
El seguía esperándome sentado a la mesa, ajeno a la
tempestad que estaba a punto de desencadenarse. Se había entretenido colocando
una fila de bolitas de pan en perfecta y exasperante alineación. Una bolita
tras otra. Si no ponía remedio, también los capítulos de mi vida irían pasando uno
tras otro en previsible sucesión. Era inevitable.
Me senté frente a él. Levantó la vista de su concentrada
actividad y me dirigió una mirada más interrogativa de lo habitual.
- ¿Qué pasa? ¿Dónde estabas?
- Me he mareado y he salido a tomar un poco el aire.
- ¿Pero te encuentras mal?
- No, bueno, quiero decir, sí.
- ¿Qué pasa? ¿Dónde estabas?
- Me he mareado y he salido a tomar un poco el aire.
- ¿Pero te encuentras mal?
- No, bueno, quiero decir, sí.
Enmudecí de pronto. Estaba a punto de dar ese paso que me
lanzaría al vacío. Con el corazón en la boca, comencé a hablar, tras años de
silencio.
- Verás, tengo algo que decirte.
- Sigue.
- Verás, tengo algo que decirte.
- Sigue.
El esperaba una explicación y yo debía dársela. En realidad
yo hubiera debido hablar muchas veces en que opté por callar. Pero ahora ya era
demasiado tarde.
- Me he dado cuenta de que en realidad ya no me interesas.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues eso, que lo he estado pensando y ya no me interesas en ningún aspecto.
- ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado el sol esta mañana en la excursión, o es que te has vuelto loca?
- En serio, ya no siento nada por ti. Esto tiene que acabar.
- Estás como una cabra.
- Lo siento, no tengo nada más que decir.
- ¡Vete a la mierda!
- Me he dado cuenta de que en realidad ya no me interesas.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues eso, que lo he estado pensando y ya no me interesas en ningún aspecto.
- ¿Qué te pasa? ¿Te ha dado el sol esta mañana en la excursión, o es que te has vuelto loca?
- En serio, ya no siento nada por ti. Esto tiene que acabar.
- Estás como una cabra.
- Lo siento, no tengo nada más que decir.
- ¡Vete a la mierda!
Se levantó furibundo, tirando la silla tras de sí y se alejó
ruidosamente. Con mano temblorosa, apuré la copa de vino que quedaba en la mesa
mientras cerraba los ojos anegados en lágrimas.
Me había dejado caer dulcemente, mecida por la brisa fresca de la montaña. Los pájaros revoloteaban a mi alrededor, acompañando mi caída con cálidos gorjeos. Y abajo, cada vez más cerca, un riachuelo de aguas cristalinas se abría paso en el angosto valle.
Me había dejado caer dulcemente, mecida por la brisa fresca de la montaña. Los pájaros revoloteaban a mi alrededor, acompañando mi caída con cálidos gorjeos. Y abajo, cada vez más cerca, un riachuelo de aguas cristalinas se abría paso en el angosto valle.
Sonreí, esperando ansiosa el momento de ser transportada por
esa nueva y prometedora corriente.
Susana Torres
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