Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



lunes, 24 de mayo de 2010

ALLÍ ARRIBA…

Allí arriba, a más de 3.000 metros de altura, supe que lo que siempre había intuido era cierto, tan cierto como que el sol sale para todos, pero calienta a unos más que a otros. Somos pequeños. Muy pequeños. Claro, por supuesto, que todo depende de la escala. A los ojos de una hormiga, somos gigantes imbatibles. A los ojos del Monte Perdido, somos vulnerables humanos. Pero en ese momento acabábamos de saltarnos todas las proporciones y habíamos subido hasta la cima. Me sentía guardiana de esa tierra verde y sin embargo arisca que tanto me había dado. Me había dado algo de su sabiduría ancestral. Al menos, la suficiente para comprender que nuestro destino no depende más que de nosotros mismos, y nosotros ya habíamos tomado una decisión que no necesitó el refrendo de la palabra. Bastó con cruzar las miradas: no nos alejaríamos más de estas montañas y estos valles.

La recalada en la vida urbana fue dura. Abandonar nuestro pueblo de Huesca, el ambiente rural, la huerta, los animales y los paseos por el valle era –creímos en ese momento- una obligación. Había que “hacerse un futuro” en la ciudad, que para eso “teníamos carrera”. Luchamos, de verdad. Lo intentamos. Pero los ojos se nos fueron llenando de telas grises, la piel se nos agrietó, los pulmones se nos cerraron y la vida dejó de ser vida. ¿Cómo no echar de menos el calor de la chimenea en invierno y el frío de la brisa del verano? ¿cómo no añorar el murmullo del arroyo? Despertarse, mirar por la ventana y no ver el horizonte, día tras día, nos ahogaba. Así durante más de tres años.

Volvíamos a casa casi todos los fines de semana. Un de esos días de olor a tierra mojada –el mejor olor del mundo- decidimos subir el Monte Perdido. Sin prisa, disfrutando de la senda. Sabíamos que más arriba del mar de nubes nos esperaba la recompensa de una panorámica espectacular. Cientos de montañeros suben cada año por esos caminos: Ordesa, Cola de Caballo, el silencio impagable de la noche en la montaña, el amanecer con su horizonte de picos y valles, y de nuevo la subida en la que cada paso es un acercamiento a la esencia de esta tierra origen de leyendas que a veces no lo son tanto.

Era mediodía. Pisamos cima. Recuperamos el aliento y miramos a nuestro alrededor. Y allí arriba, a más de 3.000 metros de altura, supe que lo que siempre había intuido era cierto.

S. N. G

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