Fotografias III Concurso Hueca compartir emociones"

RELATOS TURISMO VERDE HUESCA

Fotogrfías presentadas al III concurso "Huesca compartir emociones"

Relatos presentados al IV concurso de Microrrelatos Turismo Verde Huesca.



lunes, 24 de mayo de 2010

MATILDE

Matilde se desperezó bajo los primeros rayos de sol. Había pasado buena noche, claro que sí. No había hecho ni frío, ni calor, ni viento, ni lluvia, y ya estaba la primavera demasiado avanzada para que la nieve apareciera por aquellos bosques de Huesca que eran su casa.

“Uuuummmm…. Habrá que buscar algo para comer. El desayuno es una comida muy importante” pensó para sí Matilde. Es que las ardillas son poco de compartir pensamientos y suelen hacerlo para sí mismas. Así pues, Matilde fue rama abajo hasta tocar el verde musgo del suelo. “¡Ostras, qué frío está!” y esto sí que no puedo evitar decirlo en voz alta. Recordaba que su madre siempre le decía que la primavera es caprichosa y que había que tener cuidado con los cambios de tiempo. “Resguárdate, Matildita, no vaya a ser que cojas frío” era la frase que tenía que oír casi todas las mañanas.
No tardó en encontrar unas nueces caídas de un árbol. Matilde sabía que cada vez había menos nogales, y por eso saboreó ese manjar escaso. Pero seguía teniendo hambre y buscó una piña, que ésas eran más fáciles de conseguir. La descamó y se la zampó toda enterita. Ahora sí que podía empezar a correr por su bosque: que si trepo a un pino, que si oteo el paisaje, que si bajo hasta la vega del río, que si vuelvo a trepar, que si salto de una rama a otra…. “Ay, qué bien se vive aquí” pensó de nuevo para sus adentros Matilde.

La noche comenzaba a caer sobre el bosque. Matilde buscó refugio entre ramas y hojas para resguardarse del frío y de los depredadores, que una ardilla tan estupenda como ella era una pieza codiciada. Se enroscó y se tapó con su cola de ardilla, tan calentita…

Un día, al despertar, Matilde vio algo distinto. Unos gigantes amarillos, que hacían muchísimo ruido y apisonaban todo a su paso, se acercaban hasta su bosque. Y la tierra tembló, los árboles cayeron y los animales… pues algunos, más rápidos, huyeron. Los torpes y los viejos (o ambas condiciones a la vez, que lo segundo suele acarrear lo primero) murieron aniquilados por esos nuevos depredadores que no entendían de cadena alimenticia, ni de respeto al entorno rural, ni siquiera de respeto a sí mismos.

Matilde se ha mudado de casa. Corrió durante muchos kilómetros hasta dejar de oír el ruido de las bestias amarillas. Sigue comiendo nueces y piñas, y saltando de rama en rama, pero echa de menos su bosque. Si ya lo decía su mamá: “Ay, Matilde, hija, como en casa en ningún sitio”.

Matilde

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